Cuando oímos en la tele algo sobre a la generación ni-ni, a todos nos viene a la cabeza la imagen de un joven engominado, con cruces que le cuelgan de la oreja, un coche tuning en el cual, quizás, tiene un rosario colgado del retrovisor. Pero no es de esto de lo que os quiero hablar. Hace ya varios días hice una entrada de tribus urbanas. Aunque en aquel caso no hablaba bien bien de una tribu urbana, podríamos decir que hoy es la segunda parte. Esta vez, tampoco hablaré del todo de una tribu urbana en sí.
Una generación ni-ni es aquella que ni estudia ni trabaja. Pues bien, hoy vamos a hablar de los jubilados. No son personas extrañas ni mal vistas por la sociedad, así quien más quien menos, todos hemos visto alguno. Los podemos reconocer rápidamente porque acostumbran a llevar una gorra/boina, o un bastón, o un palillo en la boca… Pero a veces, también van de incognito y a simple vista no los podemos distinguir. Lo que de verdad los hace inconfundibles son sus actividades.
Los que aun pueden disfrutar del deporte los podemos ver en plazas y plazoletillas de tierra jugando a la petanca. Un juego que todos hemos visto y sabemos de qué va, pero si nos pusiéramos a jugar nos humillan. En este deporte, como en la mayoría, podemos distinguir dos clases de jugadores: los aficionados y los profesionales. Los profesionales no se reconocen porque jueguen mejor o peor. Se reconocen porque les basta con sacar un cordel de su cinturón o del bolsillo para subir la bola hasta ellos. No son tan pringados como para agacharse.
Otra actividad que les gusta mucho y que seguro estáis esperando es la de ver obras. Aquí aunque no nos lo creamos a primera vista también hay dos tipos de jubilado: el aficionado y el profesional. El aficionado se limita a mirar y comenta con otros espectadores lo que ven. En cambio, el profesional, se permite el lujo de decirles a los albañiles como debe hacer su trabajo.
Pero sin duda alguna, las actividades que más me fascinan son las que ayudan a la sociedad. El otro día las viví en primera persona y espero que hayáis vivido para entender. El primer caso es el del jubilado tipo héroe o urbano. El otro día sin ir más lejos, iba como loco con mi moto dirigiéndome descontroladamente hacia un paso de cebra de esos elevados, i cuando ya iba casi a unos 30km/h y me disponía a hacer el mal, apareció ante mí un jubilado con la mano arriba i clavándome la mirada mientras con la otra mano indicaba a su señora y a otras mujeres que pasaran sin ningún temor. El estaba allí. Creo que he superado mis miedos desde que me fallaron los agentes cívicos.
El último caso lo viví llegando a casa. Una joven intentaba aparcar su coche mientras un abuelo le daba indicaciones precisas con palabras como: “tira, tira!”, “endereza” o “vale, vaaaaleeeee”. Recordé cuando mi abuelo hacía lo mismo cuando eran mis padres los que aparcaban, así que no me sorprendió mucho. Mi sorpresa llegó cuando al bajarse del coche, la chica, dio las gracias al hombre y se fue cada uno por su lado. ¡Lo hacía desinteresadamente!
Es por todo esto que hago un llamamiento, no subamos más la edad de jubilación. Bajémosla a 60 o 50 años, así podrá haber más héroes en las calles que velan por nuestra seguridad.